Los sentimientos nos brindan placer, unidad con otras personas, abren la felicidad del ser. Pero a veces traen consigo mucho dolor.
Los sentimientos positivos nos facilitan las cosas a todos. Pocas personas piensan en deshacerse de ellos; nos encanta experimentarlos. Pero con las experiencias dolorosas nos resulta mucho más difícil. A menudo la gente prefiere no prestarles atención, deshacerse de ellos lo antes posible, olvidarlos, prohibirlos, huir de ellos.
Sin embargo, la paradoja es que nuestros sentimientos no son algo que debamos superar, con lo que debamos luchar. Los sentimientos nunca nos llegan para destruirnos, para arruinar nuestra vida. Este no es su propósito. Los sentimientos nos llegan para llenarnos de algo o enseñarnos algo. A través de la experiencia de los sentimientos, nos escuchamos a nosotros mismos, nos conocemos a nosotros mismos, somos nosotros mismos. Nuestros sentimientos son una parte profunda de nosotros mismos. No siempre los conocemos. Pero siempre nos conocen.
Deja ir tus sentimientos. Dale libertad a tus sentimientos. Permítete amar, incluso si el otro no es recíproco. Permítase estar triste, incluso si le parece inapropiado. Deja que la alegría entre en tu alma, incluso si no hay razón para ello. Ten miedo si tienes miedo. Deja que tus sentimientos fluyan a través de ti, deja que te den la libertad de ser quien eres en este momento. Deje que los sentimientos eliminen de su alma todas las cosas innecesarias que se han estancado a lo largo de los años. Deja que los sentimientos te llenen, acéptalos, déjalos ser.
Si logra abrirse a sus sentidos, se convertirá en un recipiente libre. Podrás aceptar y soltar cualquier cosa que esté a punto de tocar tus puertas o dejarte. Podrás entenderte a ti mismo: qué forma tienes, qué tamaño tienes, de qué material estás hecho, qué puedes soportar y qué lograr en tu vida.